Todos hemos sido
testigos de las movilizaciones para lograr que se dedique el 0¹7% del
Producto Interior Bruto (PIB) a la ayuda al Tercer Mundo. Sin embargo,
no todo el mundo comparte esta postura. Mientras unos creen justificada
esta aportación a los países más empobrecidos del planeta, otros la ven
como una mera campaña publicitaria que no tiene efectos prácticos
Dedicar el 0¹7% del PIB a los países del Tercer Mundo es lo mínimo que
podemos hacer por la población de estos Estados. Poner en tela de juicio
esta aportación es egoísta y cruel, si tenemos en cuenta que este
porcentaje representa una mínima e insignificante cantidad de dinero si
lo comparamos con lo que cada año se dedica de los Presupuestos a
Defensa.
Para que nos hagamos una idea de cómo están las cosas: en Zambia, la
esperanza de vida ronda los 33 años; en Etiopía, cada año mueren 100.000
niños por diarrea, y en Níger, hay un 14% de alfabetización. Estos son
algunos de los países que necesitan nuestra ayuda. Y analizando estos
datos, la petición está más que justificada.
Además estos países tienen un problema que agrava su miseria: la deuda
externa. Muchos de ellos dedican más dinero a pagarla que a la puesta en
marcha de políticas de sanidad o educación. Por ello, y dado que el
llamado mundo desarrollado no parece dispuesto a condonar dicha deuda,
es fundamental aportar ese 0¹7% para paliar tanta necesidad.
La realidad requiere hacer del 0¹7% un hecho. Los políticos tienen la
obligación moral de ayudar a los países empobrecidos. Una manera de
comenzar es con el 0¹7%. Sería un gesto de solidaridad. Nosotros, como
ciudadanos, debemos presionar para que el próximo milenio sea mejor para
los más necesitados. Y supongo que estaréis de acuerdo conmigo en que
son ellos.
El problema de los países del Tercer Mundo es muy complejo. El
subdesarrollo en el que están inmersos tiene unas causas que van más
allá de la falta de cooperación o solidaridad de los países del llamado
"Primer Mundo". En este sentido, hace unos años se llegó a un acuerdo
internacional a través del cual una serie de países se comprometían a
donar anualmente un 0'7% de su producto interior bruto (PIB) a la ayuda
para el desarrollo de los países desfavorecidos.
Aunque esta idea era buena en su planteamiento, su puesta en práctica
fue bastante desastrosa. La tan aireada solidaridad quedó únicamente en
buenas intenciones, ya que algunos de los países que debían donar el
0'7% de su PIB al Tercer Mundo incumplieron el acuerdo (España
incluida). Bastante más útil que esta falsa solidaridad sería poner en
marcha planes efectivos para paliar el subdesarrollo de estos países,
como condonarles la deuda externa y facilitar así su crecimiento.
Además, muchas de las ayudas que se brindan a los países tercermundistas
les llegan en forma de armamento o de tecnologías caducas. Es el caso
de la mayoría de los ordenadores inservibles que, en lugar de tirarlos a
la basura o reciclarlos, los regalan a países africanos o asiáticos,
tranquilizando sus conciencias y ofreciendo una imagen solidaria a la
opinión pública. Esta situación es crítica para estos países y no ayuda
en nada una solidaridad mal entendida.
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